Las historias y leyenda del sacamantecas se hicieron famosas a finales del siglo XIX y principios del XX por la creencia popular de que, tanto las ruedas de los carros como la de los molinos y las máquinas a vapor debían engrasarse muy a menudo para que su mecanismo funcionase a la perfección. Los rumores que se crearon en aquel entonces, eran que el mejor lubricante era la grasa humana tierna, porque la animal no era tan densa y no causaría el mismo buen rendimiento de las maquinas. Entonces, para satisfacer esta demanda de grasa humana se creía que merodeaban por la calle unos hombres siniestros, con sacos en el hombro, que secuestraban niños y los asesinaban para venderlos luego a un desollador, que se encargaba de extraer las mantecas y pagaban a los secuestradores una buena suma de dinero por cada presa que les trajeran.El mito en España aumentó cuando se pusieron en marcha los nuevos ferrocarriles, y casualmente se contabilizaron algunas desapariciones de niños en Barcelona. Como era de esperar, pronto corrió el rumor de que no era casual y que había algunos sacamantecas por los alrededores que habían raptado a los niños.Desde entonces, la fama del Sacamantecas se debe más que nada al uso del nombre para asustar a lo niños, a quienes los padres también amenazaban que si no se portaban bien vendría el Hombre del Saco a llevárselos.
LOS VERDADEROS SACAMANTECAS
Uno de los personajes que han sido denominados como verdaderos Sacamantecas, vivió a finales del siglo pasado en España, y su apodo le fue dado por asesinar a seis mujeres (que son las muertes que se pudieron probar, aunque se piensa que hubo muchas más víctimas), lo que le convierte en el segundo asesino en serie español, después de su predecesor Manuel Blanco Romasanta, el hombre lobo de Allaríz.
Se llamaba Juan Diaz de Garayo, y cometió sus crímenes en Álava durante nueve largos años a finales del siglo XIX antes de ser capturado y condenado a muerte.
Sus víctimas variaban en edad, no seguía aparentemente un prototipo determinado. Eran sobre todo mujeres que ejercían la prostitución y mendigas de entre 13 y 55 años, a las que agredía sexualmente y en algunos casos llegaba a infligirles mutilaciones. También tuvo varios intentos de asesinato frustrados gracias a la resistencia de las víctimas, que posteriormente denunciaron la agresión.Primero las abordaba y las forzaba a mantener relaciones sexuales con él, pero cuando las mujeres se resistían, las estrangulaba con sus propias manos y les desgarraba el vientre con un cuchillo de monte.
Su modus operandi siempre era el mismo, con la única variante, común en los crímenes en serie, que en cada nueva agresión se ve que la violencia con la que asesina y desgarra es mucho mayor, como si a cada muerte se confiase más, o como si su sadismo aumentase cada vez. Si hacemos caso a las crónicas de la época, por que en la actualidad no se conservan muchas fotos en las que se duda que realmente sean retratos de Díaz de Garayo, el Sacamantecas era un personaje de apariencia casi monstruosa.Tendría algunas deformidades, lo que le daban un aspecto simiesco y atípico. La descripción es la de un hombre fornido con apariencia de hombre primitivo, mandíbulas salientes y cráneo predominante con grandes asimetrías en la cabeza...Esta descripción podría pasar por un ejemplo de los delincuentes que describía el criminólogo Césare Lombrosso cuando escribía sobre sus teorías acerca del Criminal Nato. Lombrosso planteaba que se podía llegar a identificar un delincuente por sus rasgos físicos, y este asesino Sacamantecas encajaría al dedillo en el prototipo de homicida sin escrúpulos.
Se sabe que fue a la edad madura cuando despertó su instinto criminal, tendría unos cincuenta años cuando empezó a matar, y hay quien dice que a causa de su herencia genética: su madre era alcohólica y sufría una neurosis aguda y su padre era también alcohólico. Por este motivo, su cerebro fue estudiado por distintos médicos, que no pudieron determinar el origen del instinto homicida, pero llegaron a la conclusión de que su capacidad mental no estaba oscurecida y que se trataba de un vulgar asesino con un grave trastorno de la sexualidad.
La caza al asesino fue constante por parte de las autoridades, y finalmente el Sacamantecas pudo ser detenido gracias a la ayuda casual de una niña pequeña, a la que los padres también amenazaban con llamar al Hombre del Saco si no era buena. La niña, sin haberlo visto nunca, pero imaginándose que alguien tan terrible debía tener aspecto feroz, se asustó al ver un día por la calle a Díaz de Garayo y comenzó a gritar “¡Es el Sacamantecas!”. Eso hizo que los vecinos creyesen que el hombre había tratado de agredir a la niña y lo acorralaron hasta que llegaron las autoridades para detenerle. En el interrogatorio rutinario, cual sería la sorpresa de la policía y de los vecinos cuando Díaz de Garayo confesó que él era el autor de los brutales asesinatos.
Le condenaron a la pena de muerte por seis asesinatos, aunque se sospechó que habían sido muchos más, por los largos intervalos de tiempo entre un crimen y otro, pero no pudieron ser demostrados más que esos seis. Murió en la horca en el Polvorín de Vitoria el 11 de mayo de 1881, y jamás dio muestras de arrepentimiento por los asesinatos que había cometido, aunque perfectamente consciente de cada uno de ellos.
EL CRIMEN DE GADOR
Otro hecho que despertó la leyenda del Hombre del Saco fue el llamado Crimen de Gádor, un pueblo a 15 km de Almería.Allí se cometió un terrible infanticidio en el verano de 1910 con el fin de quitarle la sangre y la grasa a un niño de siete años para curar a un hombre enfermo de tuberculosis, que había pagado previamente una suma de dinero considerable para este fin.
La madre del niño había denunciado su desaparición a la Guardia Civil y casi todo el pueblo colaboró en el rastreo de los bosques, hasta que uno de los vecinos al que llamaban Julio “el tonto” se presentó en el cuartel de los guardias diciendo que había encontrado al niño muerto y tapado con piedras en un barranco.
El cadáver presentaba una serie de lesiones externas, que fueron determinadas en detalle tras la autopsia. Entre éstas, las más importantes eran: múltiples heridas en la cabeza con rotura craneal, pequeños cortes por todo el cuerpo, y una gran herida desde la boca del estómago al pubis que dejaba los intestinos al exterior del cuerpo y por donde se le había extraído todo el peritoneo con el saco seroso, es decir, toda la grasa, y además, parte de la sangre.
Las sospechas pronto recayeron sobre un vecino poco querido por los demás habitantes de Gádor, un curandero y sanador llamado Francisco Leona, pero este negó todos los hechos que se le inculpaban aludiendo como coartada que ese día no había salido del pueblo, y prefirió acusar a su vez a Julio “el tonto”, el que había encontrado el cadáver. Los agentes de la Guardia Civil empezaron a sospechar del curandero por la frialdad de su conducta, pues ni se había inmutado cuando fueron a interrogarle, pero también era sospechosa la actitud “del tonto”, y para quitarse de dudas detuvieron a los dos hombres.
Una vez en la cárcel fueron sometidos a numerosos interrogatorios, pero sin resultado en un principio. A veces los detenidos negaban la autoría del homicidio, se contradecían otras, se acusaban entre ellos, pero no aclaraban lo que en realidad había sucedido.Finalmente, tras numerosos interrogatorios y presión de la Guardia Civil, el curandero se confesó autor de los hecho y “el tonto”, cómplice.
Tras esta confesión fue posible elaborar la reconstrucción del crimen, y lo más inquietante, el móvil, el porqué estas dos personas habían destripado a un niño de siete años. Como todos los vecinos sospechaban ya, el hecho de que se extrajese del cadáver el saco seroso, estaba relacionado con las extrañas prácticas del curandero.
La sangre todavía caliente, según confesó Francisco Leona, era un reconstituyente extraordinario para recuperar la salud que se administraba tras una dura enfermedad o en casos de vejez. El motivo que le hubiesen extraído la sangre al niño no tenía otro fin que el ofrecerla como bebida a un enfermo.En el caso de las grasas, también se asociaba con la sanación, pero esta vez para casos específicos, como por ejemplo en emplastos para combatir la tuberculosis.El enfermo para quién estaban destinados estos órganos resultó ser un vecino llamado Francisco Ortega “el moruno”, un hombre afectado por la tuberculosis y tremendamente obsesionado por su enfermedad, que tras visitar a varios curanderos sin que lograsen mejorar su salud, decidió recurrir a las medidas más extremas que le había propuesto Francisco Leona ofreciéndole una gran suma de dinero para que cometiese el infanticidio, si esto era capaz de curarlo.
Al final los tres hombres fueron condenados a muerte por el asesinato con premeditación y ensañamiento del pequeño de siete años de edad.
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